jueves, 17 de diciembre de 2015

El amor de Colette (fragmento)


Pintura del artista plástico argentino Sergio Santini

Segunda parte, capítulo 10


El escritor convaleciente sonrió cuando vio que el enfermero asomaba su delicada cabeza de ratón a la habitación en penumbras. Llegó a la hora convenida. Le hizo una seña para que se acercara a la cama. Le tomó el antebrazo y dijo “Esas habitaciones, sus puertas rojas con marcos amarillos, los dibujos en relieve que en ellas se erizan, son guiños de ojo para los viajantes de Ciclónea Molinda. Los dobles, digámoslo de una buena vez, Abelardo, los dobles”. El doppelgänger, repuso Abelardo. El escritor convaleciente lo miró y asentó moviendo la mandíbula. “Muy bien, me sorprendés”, dijo. E iba a continuar hablando pero una tos terrible se lo impidió.


“Doppelgänger es el vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico de una persona viva”. La tos volvió a interrumpirlo. Era de noche, en el mundo de los sanos llovía, llovía mucho. Dentro del hospital la tormenta era inaudible. El escritor convaleciente retomó la voz: “la palabra proviene de doppel, que significa «doble», y gänger, traducida como «andante». Su forma más antigua, acuñada por el novelista Jean Paul en 1796, es Doppeltgänger, 'el que camina al lado'. El término se utiliza para designar a cualquier doble de una persona, comúnmente en referencia al «gemelo malvado» o al fenómeno de la bilocación”. Abelardo recordó a cierto Doctor en teología que hacía unos cuantos años atrás había dado una charla acerca de la bilocación. Sacudió la cabeza para volver a la realidad. Esa realidad. El escritor convaleciente lo había citado y allí estaba. “Los que caminan al lado, los que caminan al otro lado, Abelardo, una novela puede cambiarte la vida, Abelardo, ¿hasta dónde estás dispuesto a huir para salvar el pellejo?”. El enfermero pensó en Helena, en el mapa. Pensó en Eliot, el poeta inglés, y dijo en voz alta “todo tiempo es irredimible”. Helena pertenece a esa proa temporal que vive en el pasado, que atraviesa el presente y que lo estará esperando, sí o sí, en un futuro. Helena es lo que no existe, no ha existido nunca y jamás dejará de existir.


Ahora habla una voz, una voz narrativa que no sabemos de dónde sale. Pero de algún modo está prefigurada por el monólogo que Bruno Mc Millers le expuso a Tavie. Todo se sacude, todo se levanta de un polvo primigenio que nadie ha visto jamás. Hay algo anterior a las palabras y a las cosas, algo llamado Dios o Universo o Idea o Energía o Literatura. Muy a propósito podemos citar a Derrida: lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino la intencionalidad del que miente. La mentira no es algo que se oponga a la verdad, sino que se sitúa en su finalidad: en el vector que separa lo que alguien dice de lo que piensa en su acción discursiva referida a los otros. Lo decisivo es, por tanto, el perjuicio que ocasiona en el otro, sin el cual no existe la mentira.
El escritor convaleciente le dice a Abelardo, luego de haberle hecho memorizar su última novela, la cual no está dispuesto a publicar, le dice: “Abelardo, mi doppelgänger, la literatura es una mentira que solo existe porque somos sujetos ávidos de verdades. Pero la verdad, como dijo Cicerón: la verdad se corrompe tanto en la mentira como en el silencio. En este caso, gemelo de mí, doppel querido, andate con mi novela en tu cuerpo.Yo lo sé todo. Vos lo sabés todo. La señora lo sabe todo. En el camino se van a echar a perder tantos árboles que tu existencia podrá parecerte acaso una tierra baldía. No desesperes. Tengo tanta sed."

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