jueves, 17 de diciembre de 2015

Nina (fragmento)



Pintura del artista plástico argentino Sergio Santini





# La tormenta nos trajo a Nina

La historia de Nina nos fue narrada por una alumna en un colegio secundario de la localidad de Villa Elisa, escuela en la que trabajé como profesor de literatura durante varios años. Ocurrió un día en que la tormenta se presentó con sus típicos atuendos de truenos, relámpagos y rayos. El colegio estaba casi vacío, fue poco el alumnado que asistió a clases ya que la mayoría de aquella comunidad educativa vive en barrios cuyas calles tienden a anegarse con docilidad. Entonces los profesores decidimos juntar a los alumnos de los diferentes cursos en un solo salón y contarnos historias de terror. 


Esta actividad en la escuela siempre resulta un buen paliativo contra el aburrimiento y permite además la ejercitación de la oralidad. Algunas historias eran previsibles ya sea por la sencillez de la trama o porque las conocíamos en versiones diferentes; y otras lograron erizarnos la piel o, cuanto menos, interesarnos la atención. Pero sin duda alguna la historia que más nos estremeció fue la de Nina. Cuando ya casi todos habíamos contado algún hecho sobrenatural, alguna historia fantástica, la alumna -que llamaré Luna- permanecía en silencio y con la mirada puesta en la monotonía de la lluvia detrás de los vidrios de la ventana. El día recién comenzaba pero estaba oscuro. Muy oscuro. “Luna, ¿no querés compartirnos alguna historia de miedo?” le pregunté mientras me acercaba a su banco. 

Ella bajó la vista y susurró algo que ninguno de los presentes escuchó. “Luna, si podés hablanos más alto porque con la lluvia que cae no se escucha nada”. Entonces Luna compuso su cuerpo en la silla y, entrecruzando los dedos sobre el banco de estudio, dijo “solo conozco la historia de Nina, pero no es un cuento, es una historia real, da mucho miedo, a mí me da mucho miedo, me la contó mi tío, sucedió acá cerca, si quieren se las cuento”. Al unísono gritamos “¡sí, queremos!”. Craso error. Pocos de nosotros olvidaremos lo que aquel día escuchamos. Se trataba solo de un juego narrativo, de pasar el tiempo contando historias para entretenernos, de narrarnos hechos sobrenaturales. Cuando Luna terminó de contar la historia faltaban todavía más de veinte minutos para que tocara el timbre que anuncia la finalización de la jornada educativa; todo ese tiempo permanecimos en silencio, nadie se miraba a los ojos, como si cada uno por pudor hubiera buscado cierta intimidad consigo mismo. 

Tal vez para tomar consciencia hasta qué punto aquella narración nos había afectado. Cuando los alumnos se retiraron del colegio yo me dirigí a la sala de profesores para firmar el parte diario y el libro de temas. Había terminado con aquello y en el momento de retirarme de la sala me llevé un gran susto. De pie estaba la mujer que cuidaba la portería en el horario de la mañana y, al girar sobre mis talones, allí la encontré. Nuestros rostros se hallaron a una distancia muy breve, recuerdo que me sorprendió notar tres pelitos en un lunar que tenía en su barbilla, detalle que hasta ese entonces me había resultado desconocido. 

La mujer cerró la puerta de la sala y volviéndose hacia mí me dijo “profesor, no pude evitar oír parte de la historia de esa niña desgraciada… usted no debió permitir que Luna la contara, no es bueno a veces conocer ciertas cosas”. Ya me estaba fastidiando un poco todo aquello y, con la amabilidad que se merecía, le supliqué que fuese un poco más clara en lo que intentaba decirme. La mujer miró hacia ambos lados, como si temiese que alguien nos escuchara –cosa que me perturbó un poco ya que solo quedábamos ella y yo en el colegio-, y en un agónico susurro dijo “lo que Luna les contó ocurrió en verdad, hace no muchos años. Nina venía a este colegio. Pobrecita. Lo que le ocurrió ensució a toda la comunidad, todos fuimos sospechosos, todos caminábamos por la avenida principal con la cabeza gacha y los ojos clavados en las baldosas, teníamos vergüenza de mirarnos a la cara. Entre quienes conocemos la historia, existe –créame- una necesidad de silencio y olvido estremecedores. Insisto, profesor, no vuelva usted a permitir que se hable de Nina. Hay fuerzas en este mundo que no comprendemos y, créame, es mejor no intentar hacerlo. Nunca”. 

Yo la observé un momento, esperando el guiño de ojo y la posterior risotada, o el gesto más leve que me permitiera inferir que todo aquello no era sino una broma de mal gusto, pero nada de eso ocurrió. La mujer se disculpó por “si el tono de mi voz no fue cordial pero, profesor, no se debe a enfado sino a miedo” y luego abrió la puerta y se retiró. Yo me quedé en medio de la sala, con la lapicera en la mano y oyendo caer la lluvia que había redoblado su fuerza. Tomé el portafolio del suelo, me cubrí la cabeza con él, salí del colegio y comencé a trotar bajo la tormenta como si fuera el último hombre sobre la Tierra.

2 comentarios:

  1. Hola! Hoy te compré Nina y recién lo terminé, me fascinó tanto como me aterrorizó. Escribís genial, éxitos!!
    -Josefina

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